Tras el estallido de la crisis sanitaria de la COVID-19, con un amplio impacto en términos socioeconómicos, el año 2021 será recordado como el de la gran recuperación económica. A pesar de los vaivenes que la propia pandemia ha infligido al conjunto de la sociedad a través de diversas “olas” de contagios masivos, que se han podido gestionar mejor que en 2020, la disponibilidad de vacunas y los consiguientes planes de vacunación masivos en todo el mundo han permitido una reapertura económica y cierta normalización, que, en el plano estrictamente económico, se ha traducido en vigorosas tasas de crecimiento.
Así, según estimaciones del mismo FMI, actualizadas en enero de 2022, se espera un alza del producto interior bruto (PIB) global del 5,9 % para el 2021, para luego continuar con un crecimiento del 4,4 % en 2022. En este sentido, podemos afirmar que todas las economías principales cierran este 2021 con números verdes, destacando especialmente las economías emergentes frente a las desarrolladas, y más concretamente China e India con sendos crecimientos del 8,1 % y del 9,0 %, respectivamente.
En el caso de Estados Unidos, se estima que la economía estadounidense acabe creciendo un 5,6 % en 2021. El apoyo de la política monetaria, así como el sustento por el lado fiscal en buena parte del ejercicio, han sido fundamentales para consolidar el crecimiento de la primera economía mundial. Ello ha posibilitado, asimismo, una recuperación notable del mercado laboral, cuyo comportamiento ha superado ampliamente los pronósticos de normalización y ha supuesto una rotura de los patrones históricos de comportamiento posteriores a crisis económicas.
Por su parte, se estima que la zona euro arroje un crecimiento del 5,2 % en 2021. Dicho desempeño agregado ha tenido el respaldo de las principales economías de la región, donde quizás Alemania se ha mostrado más rezagada (+2,7 %) que el resto por su mayor perfil industrial, y particularmente el sector automovilístico ha padecido sobremanera la escasez de semiconductores. Con todo, en general, los países del bloque comunitario se han mostrado menos permisivos con los sucesivos impactos sanitarios de la COVID-19, y ello ha mermado el crecimiento y su continuidad a lo largo del periodo de lo que se vaticinaba al inicio del año.
La economía española ha conseguido mantener el tono económico y se espera que finalice 2021 con un crecimiento del 4,9 %. Pese a la elevada dependencia del sector servicios, una base comparable favorable del muy complicado ejercicio previo, así como la protección de los esquemas temporales de empleo, han permitido que el saldo resultante sea moderadamente satisfactorio, todo ello a la espera de un despliegue más intenso de los fondos de reconstrucción EU Next Generation.
Fuente: Fondo Monetario Internacional, enero 2022
Es probable que la inflación se mantenga elevada en 2022.
Según el Fondo Monetario Internacional, las ganancias de precios este año promediarán el 3,9 % en las economías avanzadas y el 5,9 % en las economías de mercados emergentes y en desarrollo, antes de disminuir el próximo año.
El estadillo de la pandemia por la COVID-19 en 2020 disparó los niveles de ahorro familiar en los países desarrollados gracias, en buena parte, a los esquemas de protección de empleo implementados, así como a las decididas políticas fiscales expansivas. Una vez que los episodios más complicados de la crisis sanitaria quedaron atrás, unido al despliegue de los programas de vacunación y a un enfoque más permisivo de la gestión pandémica, la demanda embalsada tras los periodos de confinamiento empezó a impactar positivamente y, hasta cierto punto, abruptamente sobre las economías. Dicho comportamiento fue simultáneo en el tiempo con un nivel de inventarios agregado por debajo de los promedios históricos y una capacidad de fabricación (oferta) aún debilitada. En definitiva, la combinación perfecta para observar las primeras tensiones inflacionistas, un comportamiento esperado y deseado por los bancos centrales tras años de políticas monetarias altamente acomodaticias, pero que se producían en un momento de todavía fragilidad económica y no precisamente, aunque soportados, por sus políticas de tipos interés bajos y programas de estímulo de la masa monetaria.
Así, el comportamiento de los precios inicialmente ha estado argumentado desde el lado de la oferta por la continuidad en las disrupciones de las cadenas de suministros y las tensiones logísticas y dificultades en la actividad portuaria. Por un lado, la oferta de bienes finales e intermedios ha estado limitada por la menor disponibilidad de un bien hoy en día esencial como son los semiconductores, críticos en una economía global tan digitalizada. Este hecho es derivado de una demanda notablemente superior a la capacidad de fabricación en el sudeste asiático, que es donde se concentra la mayor parte de la producción y donde el impacto de la COVID-19 y una respuesta gubernamental más estricta en términos de control sanitario han amplificado la problemática. Paralelamente, la menor disponibilidad de buques de transporte marítimo, tras años de infrainversión, y nuevas normativas medioambientales han coincidido en el tiempo con un fuerte repunte de los combustibles, lo que, a su vez, se ha traducido en menos tráfico del deseado y a un coste significativamente superior al esperado. Si adicionalmente a todo lo anterior añadimos la falta de operarios en las principales terminales logísticas, tanto por COVID-19 como por reclamaciones de índole laboral, se produce una “tormenta perfecta” para que los precios se tensionen.
Fuente: BCA Research, marine Exchange Southern California
Fuente: BCA Research, Drewry Shipping Consultants
Fuente: Susquehanna Financial Group. Nov. 2021
Sin embargo, la inflación ha repuntado de forma más acusada en la segunda parte de 2021, de acuerdo con los estudios del Fondo Monetario Internacional y con algunas divergencias geográficas, en buena parte por la fuerte alza de los precios de la energía especialmente y de los precios de los alimentos. En el primero de los casos, los precios de los combustibles fósiles han sido los principales detonantes, con el precio del crudo en calidad Brent revalorizándose un +50,1 % en 2021, mientras que el gas natural Henry Hub lo ha hecho en un +46,9 %. Tal comportamiento se explica, por un lado, por la gestión “centralizada” de la oferta disponible por parte de los países productores, aunque también cabe reconocer la disminución natural y las menores tasas de reemplazo tras años de una muy escasa inversión en exploración y producción. Justamente, este último hecho se contextualiza en un entorno donde la decidida apuesta gubernamental por la transición energética hacia una economía más verde ha reducido el apetito por la inversión en nueva oferta procedente de combustibles fósiles, precisamente necesaria para lograr el citado tránsito y, a su vez, permitir la convergencia en términos de estándares económicos de los países en vías de desarrollo con el mundo desarrollado. En lo que respecta a los precios de los alimentos, la fuerte alza de los precios de las materias primas agrícolas más esenciales se ha traducido en un incremento del 28,2 % del índice de precios de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Dichas cargas recaen más fuertemente sobre los residentes de países emergentes y de bajos ingresos, donde los alimentos suelen representar entre un tercio y la mitad del gasto de los consumidores, mientras que esa participación es menor en las economías avanzadas, como, por ejemplo, Estados Unidos, donde los alimentos representan menos de una séptima parte de la cesta de la compra de los hogares.
Con todo, es probable que la inflación se mantenga elevada en 2022. Según el Fondo Monetario Internacional, las ganancias de precios este año promediarán el 3,9 % en las economías avanzadas y el 5,9 % en las economías de mercados emergentes y en desarrollo, antes de disminuir el próximo año.
La decidida acción en el plano fiscal por parte de los Gobiernos al inicio de la pandemia en 2020 tuvo su continuidad en 2021, y los vientos de cola favorables por las ayudas y la laxitud fiscal se dejaron notar en el crecimiento económico. En el caso de EE. UU., el inicio de la Administración Biden en enero dio paso a una continuidad en forma de planes de estímulo que impactó positivamente durante buena parte del año, hasta que los famosos “cheques” de estímulo a las economías domésticas, así como las fórmulas de protección del empleo, fueron perdiendo fuelle pasado el periodo estival.
A partir de entonces, el anuncio de nuevos programas de impulso no tuvo la misma efectividad que los planes precedentes al encontrarse con una seria oposición parlamentaria y legislativa que cercenó en buena parte los deseos del presidente, en cierta medida por las dificultades en términos de encaje presupuestario y límites de endeudamiento.
En el caso europeo, el inicio del despliegue de los primeros fondos del plan de reconstrucción EU Next Generation no se empezaría a producir hasta otoño de una forma muy incipiente y progresiva, algo que, en parte, se explica por su mayor carga burocrática, así como por su enfoque de más largo plazo, y en conjunción con los planes multianuales presupuestarios del bloque comunitario.
En lo referente a la política monetaria, los tipos de interés bajos y los programas de compra de deuda continuaron siendo la tónica generalizada durante buena parte del año.
En lo referente a la política monetaria, los tipos de interés bajos y los programas de compra de deuda continuaron siendo la tónica generalizada durante buena parte del año. Sin embargo, dicha afirmación conviene matizarla separando las decisiones de los bancos centrales de países emergentes del resto. Así, en aquellas economías más dependientes del precio de la energía y donde la inflación empezó a impactar sustancial y prematuramente, sus respectivos responsables de política monetaria se vieron prácticamente abocados a elevar los tipos de referencia para contener el alza del precio de la cesta de bienes, circunstancia que se visualizó perfectamente en el caso, por ejemplo, de Brasil o Rusia.
Así, a escala global, en 2021 se produjeron 13 recortes de tipos frente a 113 alzas, siendo el grueso de las mismas en países en vías de desarrollo. En cuanto a sus homólogos en economías avanzadas, sería el bloque anglosajón (EE. UU., Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido) el más vocal en cuanto a la normalización de las políticas monetarias especialmente en el último tercio del año y una vez que las tensiones inflacionistas, en parte importadas por factores energéticos y alimenticios, pero también fruto del dinamismo de sus economías y del buen hacer del mercado laboral, empezaron a consolidarse y, en algunos casos, a despuntar por encima de estándares razonablemente asumibles en términos históricos.
De esta forma, casi todos ellos empezaron por reequilibrar y anunciar la finalización progresiva, pero acelerada, de sus programas de compra para, paralelamente, preparar al mercado para futuras subidas de tipos de interés a corto plazo.
Por su parte, en el caso europeo, el BCE dejó los deberes para el último tramo del año, presionado por unos datos de inflación persistentemente al alza que, pese a la fuerte carga de la presión energética en la rúbrica general, también se trasladaban a la inflación subyacente. Así, la presidenta Christine Lagarde anunció en su última comparecencia de diciembre el plan de retirada de los estímulos a través de una reducción progresiva de la compra de deuda.
La evolución de la pandemia, con sus episodios temporales de mayor o menor intensidad, también ha marcado el rumbo de los mercados financieros en 2021, si bien el resultado final en términos generales es notablemente positivo. En el capítulo de la renta variable, los principales índices bursátiles han registrado en la mayor parte de los casos rentabilidades positivas de doble dígito. Así, el S&P 500 estadounidense se anotó un +26,89 % y el Euro Stoxx 50 un +20,99 %, mientras que en el caso nacional el IBEX 35 sumó un +7,93 %. Si bien la tónica positiva reinó en los mercados desarrollados, los selectivos de los países emergentes tuvieron un comportamiento negativo, lastrados especialmente por la relevancia y el peor desempeño de la renta variable china, de manera que el MSCI Emerging Markets cedió un -4,59 % en el cómputo anual.
La evolución de la pandemia, con sus episodios temporales de mayor o menor intensidad, también ha marcado el rumbo de los mercados financieros en 2021, si bien el resultado final en términos generales es notablemente positivo.
Por su parte, en el caso de la renta fija, conviene separar la evolución en los mercados de la deuda pública y de la renta fija corporativa. En el primero de los casos, el alza de los tipos de interés de las curvas soberanas, especialmente notoria en los tramos largos de la curva, penalizó a la clase de activo, si bien los plazos más cortos estuvieron más protegidos de los descensos. Así, el bono del Tesoro estadounidense a 10 años cerró el ejercicio en el 1,51 % y registró un alza de 60 puntos básicos (P.B.) respecto al año previo, mientras que, en Europa, los homólogos alemán y español finalizaron el periodo en -0,18 % y 0,57 % en cada caso y registraron senda alzas de +39 P.B. y +52 P.B. respectivamente en términos interanuales. Por su parte, el crédito corporativo también se contagió, en cuanto a rentabilidad del activo, de la penalización que supuso la subida de tipos, si bien en el componente estrictamente de diferencial de crédito apenas registró cambios respecto al cierre de 2020 tanto para los bonos de categoría inversión como para categoría especulativa. Precisamente, estos últimos tuvieron un mejor comportamiento relativo en agregado frente a los bonos de mayor calidad crediticia en tanto en cuanto su sensibilidad al movimiento de tipos es estructuralmente menor y a razones de composición sectorial, debido al excelente comportamiento de las emisiones del sector energético.
Finalmente, es pertinente finalizar la revisión anual del desempeño por activos con una mención especial para las materias primas, con un extraordinario comportamiento en los mercados financieros en 2021. Prácticamente, la totalidad de commodities registraron fuertes revalorizaciones, si bien destacaron las energéticas con el Brent (+50,15 %) y el gas natural (+46,91 %) a la cabeza. Aunque también las agrícolas tuvieron alzas muy relevantes, siendo especialmente llamativos los casos del café (+76,30 %), el algodón (+44,14 %) y el maíz (+22,57 %). Con todo, la nota discordante provino, en este caso, de los metales, porque el paladio (-22,08 %), la plata (-11,59 %) y el platino (-10,32 %) se quedaron bastante rezagados en la categoría.
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